Gente rara
Gente rara le dice uno a la gente
que es muy distinta a uno o que uno cree que es muy distinta a ellos aunque así
no sea. Dicen que si a uno le molesta ver ese algo en otros es porque uno tiene
mucho de ese algo que te molesta de los otros. Nunca pude comprobarlo.
Era un tipo raro. Tenía cerca de 30
años y hacía como 5 trabajaba en una oficina del estado como administrativo. Su madre recurrió a un tío senador provincial ya jubilado, para que le consiguiera un puesto al menor de sus hijos, el único de 3 varones y 1
mujer que no contaba aún con un puesto estatal. La experiencia laboral del candidato consistía en
estudios secundarios incompletos, con unos 4 reintentos frustrados y haber
trabajado como patovica de boliches de zona norte y de prostíbulos de recoleta.
Le tocó en suerte una jefa,
empleada de añares en la administración, gran conocedora de lo que significaba
concentrar poder despótico por el sólo hecho de saber hacer el trabajo, ocultar
información, compartirla sólo con algunos elegidos y maltratar lastimosamente a
quienes dependían de ella. La Reina, como le decían, iba a trabajar vistiendo
ropa de marca y perfumes caros y disfrutaba de hablar en voz alta sobre el
precio que pagaba por sus gustos de moda. A su lado, siempre andaba una chica
rubiecita y tímida, muy trabajadora, la administrativa de mayor categoría en el
área, muy servil e insegura que temblaba cada vez que su jefa empezaba a los
gritos por algún expediente perdido o algún trámite pendiente. Era de esas chicas
que ves y pensas que el día que explote, agarra una ametralladora y mata a todos de un
saque como esos locos de USA que de un día para otro se transforman en
perfectos asesinos.
Acostumbro a pensar en la
cantidad de gente que puede transformarse en un perfecto asesino de un día para
otro. En una época se me había dado por recortar y pegar en un cuaderno ese
tipo de noticias, como un ejercicio sociológico, tanta gente resentida,
enojada, perdida, sin futuro, sin expectativas, es como pasto seco para
cualquier fósforo mal apagado. Un abogado penalista me aseveró que cualquier
persona es un potencial asesino, sólo se necesita un buen motivo íntimo, aunque
ese motivo íntimo siempre se vinculará con uno más absoluto y universal, de ahí
que nos comprenda a todos.
Empezó como administrativo pero
con su poca voluntad para el trabajo, su incapacidad para la lectocomprensión
elemental, su falta de atención y reiterados equívocos, se convirtió rápidamente en el
centro de los potentes ataques y menosprecios de su jefa. Así fue como de
administrativo pasó a cadete, que en realidad le venía mejor
para pavear en la calle, cambio que igualmente consideró injusto porque entendía
ya era momento para recibir un ascenso de categoría en lugar de descenderlo en tareas y con más razón
luego de 2 años en el mismo puesto.
A esa administración no habían llegado la selección de candidatos por concurso, por lo que los puestos se ocupaban por antigüedad o por acomodo, salvo rarísimas ocasiones en las que no quedaba otra que nombrar como jefes o gerentes a quienes hacían bien su trabajo desde hacía años. Nunca se había aplicado la meritocracia tan anunciada y escasamente aplicada por los gobiernos de turno y por eso todos entendían que merecían un aumento anual de categoría, de modo que si se cumpliera el deseo mayoritario, llegaría un día en que todos serían gerentes y no habría empleados para hacer las tareas diarias. Quizás es lo que termine ocurriendo.
Así fue que deambuló por las
calles del microcentro entre ministerios y subsecretarías hasta que recorriendo laberínticas oficinas amontonadas
como hormigueros, se reencontró con uno de sus exjefes del prostíbulo de
recoleta, esta vez sentado detrás de un escritorio de madera laqueada,
con bandera argentina a un costado y retrato del presidente detrás, ahora subsecretario de una dependencia del gobierno
nacional.
La historia es de imaginarse, pasó
de repartir papeles bajo las inclemencias del tiempo y del tráfico de las calles
porteñas, a chofer de auto de lujo del subsecretario.
Un día iba por Av. Libertador a
buscar a su jefe cuando en el semáforo de Av. J. B. Justo, al dar un vistazo a su izquierda vé
a La Reina en el auto de al lado. La miró y le sonrió de costado, guiñándole un
ojo, como diciéndole mirá donde estoy ahora. Ella sabiendo de su suerte por
comentarios de sus empleados, sonrió falsamente. El la volvió a mirar y la
encontró sexy, vestida de fucsia con un importante escote, lo decidió
rápidamente antes que corte el semáforo, estiró lo más que pudo el brazo y le
pasó su tarjeta con escudo en relieve, mientras le decía llamame, más moviendo los labios
que gritando.
Ella lo llamó a las 2 semanas y después de una breve charla
en la que hubo inesperado entendimiento y comprensión sobre acontecimientos
pasados, desde ese día se encuentran a coger todos los lunes a las 19hs en el
hotel de luces rojas de Av. Dorrego. A él le encanta hacérselo por atrás y a
ella que se lo haga, todo lo que aborrecía de él por inepto la calentaba sin límites
en la cama. El se fascinaba con hacérselo, mientras ella obediente lo aceptaba mansa
como buena súbdita.