jueves, 10 de mayo de 2012

Texto escrito durante el Taller de Creatividad 2012 de Gabriel Mirocznyk

Al final de la última misa y como con hipoclorito en los ojos, el misario terminaba su jornada.
Montó al careto y salió raudo a través de la pradera amarillenta por la sequía de los meses pasados.
Tenía que armarse de un argumento que le permitiera detentar su poder entre el resto de los habitantes.
La semiótica debía ser perfecta, no debía asomarse ninguna interpretación contraria.
La Isolina se paseaba bajo el sol con una sombrilla color fucsia comprada a un viajante que traía chucherías de China. Febo, cual yema de huevo de campo, se hacía sentir como si de su último fulgor se tratara.
El rico del pueblo se desplazaba de a saltitos por el prado, con su frac negro azabache y solapas de raso.
Colgada de su brazo iba su mujer, la Nelly, que cual vizcondesa en reunión de palacio, lucía su collar de perlas cultivadas alrededor de su achicharrado cuello.
Los árboles del camino de entrada estallaban, repletos de frutos, que caían uno a uno y quedaban pudriéndose en las veredas.
El aroma era rancio y dulce y hasta los espinos chorreaban un néctar transparente y brilloso como baba de moluscos.
El misterio estaba por develarse, mientras...la primer alondra se desvanecía sobre el nido, en busca de algo de sombra fresca para reponerse de su exigido aleteo.