martes, 30 de enero de 2018

Mary y Yanina Yacuzzi


Empecé a usar anteojos a los 14 años cuando lo escrito en el pizarrón se me hacía borroso ya desde la tercer fila. Ahora que lo pienso era una edad jodida para estrenar anteojos, por lo de la coquetería, ir a bailar y los novios, pero en esos tiempos no se le daba a uno por no hacerle caso a los padres, además los anteojos salian caros y entonces, había que usarlos. 

De las chicas del curso, sólo una tenía novio y según decían, también tenía relaciones, quizás por eso le veía cara de pícara. Se llamaba Yanina Yacuzzi, de piel muy blanca, cara gordita con algunos granitos, era la única que se maquillaba, llevaba las pestañas muy pintadas como empetroladas, usaba el pelo rubio con una hebillita al costado. Tenía andar gatuno y voz suave, siempre me llamó la atención ese andar como a saltitos, ahora diría que tenía un caminar sensual. No se juntaba con el resto de las chicas, en general andaba sola o charlaba con los chicos y sólo nos venía a hablar cuando le faltaba algo para un trabajo práctico o algo le había quedado sin resolver. Nosotras igual le hablábamos bien cuando nos venía a hablar, no le teníamos bronca ni nada, la mirábamos con cierta admiración por eso de que tenía novio y sobretodo, relaciones.

Nosotras de relaciones no sabíamos nada, sólo algo acerca de hacerse señorita y no mucho más. Mi mamá me decía que mejor no bañarse en esos días y por eso es que una vez le ví el cuello sucio a una compañera y pensé que debía estar indispuesta, aunque también pensé se podía pasar un algodón con alcohol porque quedaba feo el cuello sucio. Ahí aprendí que la gente podía vivir en casas mucho más lindas que la mía, pero podían no ser tan limpios como nosotros y eso me hizo sentir orgullosa. Nosotros igual no nos bañábamos todos los días, nadie se bañaba todos los días como ahora, debe ser una costumbre moderna o de gente con agua corriente al menos.

En casa teníamos bombeador de agua eléctrico y por eso había que cuidar mucho el agua. Mi papá era un ahorrador obsesivo, lo que hoy sería un fanático del reciclado y el ahorro sustentable. Nos había enseñado a no malgastar el papel higiénico y a tirar los papeles sucios en un tacho, así no se usaba tanta agua para desagotar el inodoro y también se evitaba llamar al camión atmosférico que cobraba una barbaridad para vaciar el pozo.

Volviendo a los anteojos, el oftalmólogo me dijo que eran anteojos de descanso y así lo informaba a cuanto me encontraba usándolos. Algunos me decían que lástima con tan lindos ojos, otros cuatrochi, igual nunca me costó usarlos, me encantaba ver bien, era como un volver a ver en toda su real dimensión, los detalles, los colores, los números de los colectivos, todo se veía fácil y tan nítido que daba gusto. Será porque las virginianas tenemos esa fama de gente práctica y entonces poco me importó lo que dijeran. También pudo ser porque no los usaba todo el tiempo, eran sólo para lejos, para ver el pizarrón, la tele, el cine y tal como me había dicho el doctor” cuando te vas de viaje para ver los paisajes que pasan rápido por la ventanilla”. No sé para qué me aclaró esto último, en esa época no viajábamos a ningún lado y que me iba a importar ver bien los árboles que pasaban rápido por la ventanilla si, con anteojos o sin anteojos, se ven como manchas verdes que se van estirando como chicle hasta que arranca otra igual. Cada vez que me decían algo sobre los anteojos, repetía el versito completo: “son anteojos de descanso, sólo para ver el pizarrón, la tele, ir al cine y para ver los paisajes por la ventanilla durante los viajes”.

En esa misma época en la tele veíamos La Familia Ingalls  y justo Mary, la hija mayor de una familia de campesinos a la que les pasaba las mil y una, había quedado ciega. No me acuerdo cómo fue que transcurrieron los hechos, el asunto es que la chica se vá a operar o a hacer un tratamiento en la ciudad y luego el padre la pasa a buscar en carreta. Durante el regreso a la casa por un caminito entre sierras, árboles, flores y sembradíos, Mary empieza a ver luces y sombras difusas que van aclarándose más y más hasta que vuelve a ver la naturaleza en todo su esplendor mientras sus ojos brillan de la emoción. Recuerdo esa escena tan vívidamente como si la estuviera viendo en 4D, sintiendo el aroma de las flores del campo, el canto de los pájaros, el murmullo de las hojas de los árboles moviéndose con el viento, el calor del sol, sus sollozos emocionados y el bueno de su padre que la mira y abraza conmovido.

Con los anteojos me sentía como Mary Ingalls, por eso no me importaba lo que dijeran o pensaran los demás. Prefería vivir la alegría de dejarme atrapar por la perfección de los colores y de las formas y además, contar con la certeza de distinguir los números de los colectivos.